jueves, 12 de noviembre de 2015

Irelia

Ella iba con su vestido favorito, el otoño había empezado hace poco y estaba apenas fresco. Ya las calles estaban llenas de hojas doradas, pero el sol brillaba obstinadamente alegre. Ella disfrutaba de cada detalle, de su pelo largo bailando en el viento, del piar de los pájaros, de la risa de los niños. Era feliz pese a que los dolores con los que lidiaba su alma eran grandes.

Paseaba sola, le gustaba salir a caminar para despejarse. Estaba bastante lejos de su casa, en una feria artesanal al aire libre, y miraba distraídamente los puestos. Procuraba no chocarse con nadie; la gente caminaba con otro tipo de energía y el lugar estaba abarrotado.

Notaba la alegría de las personas; los niños, las parejas, los grupos de adolescentes que se movían de aquí para allá. Le gustaba ver a la gente feliz.

Se entretuvo viendo a una niña jugando con su madre, cuando escuchó que alguien la alcanzó y pronunció su nombre..

- Irelia..

Ella sintió como el corazón se le aceleraba, lo sentía latir con una fuerza descomunal. El calor invadió su pecho, y se sonrojaron sus mejillas.
Era él, frente a ella. Radiante, sorprendido, sonriente, perfecto. Tan cruelmente perfecto. Tres años habían pasado desde su último adiós. El adiós más doloroso de Irelia. Y ahí estaba él. Irreal. E inalcanzable. Como de otro mundo.

Su pulso se alborotó más y más y le costaba respirar. Él esperó una respuesta suya, aún con esa sonrisa y las cejas levantadas por el asombro.

Y en unos segundos que fueron eternos, ella no pudo ni articular su nombre. Él la abrazó, inesperadamente. Fuerte. Dijo mientras unas palabras que Irelia no logró entender. Y después de lo que parecieron años, la soltó, todavía expectante de alguna reacción.

Y ella no hizo más que fingir una sonrisa despreocupada, intercambiar palabras de cortesía, y decir que se alegraba de haberlo visto tan bien a modo de despedida.
Y cuando siguió caminando, fingió que no estaba rota. La cara le ardía, y los dedos se le habían congelado. Ya no miraba los niños, ni caminaba con ese paso lento. Y ya empezaba a imaginarse a ella misma diciéndole otra cosa, cualquier otra cosa. Y se lo imaginaba a él, invitándola a tomar un café, por qué no. Y se imaginaba que volvían a intercambiar teléfonos, y que él la llamaba al día siguiente. Y basta, Irelia, hasta cuándo? Hasta cuándo seguirás imaginando una vida con él? Cuándo lo olvidarás por completo? Todos estos años, creyendo que podías seguir funcionando, creyendo que habías juntado bien tus partes rotas..


E Irelia caminaba ya enojada consigo misma, y regañándose como si fueran dos personas en una, cuando siente una mano sobre su hombro.


- Irelia, estaba pensando.. ¿Por qué no nos tomamos un café?

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